Después  de la segunda guerra mundial, el desarrollo de las ideas políticas democráticas registró un avance cualitativo al confrontar sus imágenes de sociedad e instituciones con las del fascismo.

 

En Occidente:

En la mayoría de los países, como Alemania occidental, Italia, Francia, Gran Bretaña, se valoraron los derechos humanos, las libertades públicas, la existencia de partidos políticos, la división de poderes y el pleno acatamiento a la soberanía popular con respeto a los derechos de las minorías. En este contexto, se ve al comunismo como una amenaza para el sistema democrático.

Los Estados Unidos, que salieron del conflicto bélico ocupando el papel de principal potencia occidental, tanto en el plano económico, como político e ideológico, creen que puede asegurar la defensa de lo que ahora se llamaría el “mundo libre”.

 

En la Unión Soviética:

En la URSS, por otro lado, después de la muerte de Stalin (1953), se producen cambios en las ideas de los dirigentes soviéticos, abandonan la idea de inevitable enfrentamiento con los occidentales y proclaman su voluntad de mantener relaciones de coexistencia pacífica con los países capitalistas desarrollados, todo esto sin negar la hipótesis del inexorable triunfo mundial del comunismo. Esa victoria seria el resultado de la demostración por la vía del progreso económico y cultural, de la superioridad de su sistema. Tuvieron ecos importantes en occidente y su opinión pública. Los éxitos de la URSS en la carrera espacial y la economía soviética registraban progresos, mientras la planificación estatal se orientaba a la mejora del nivel de vida de la población.

La burocratización de las estructuras estatales acostumbró a la sociedad a una forma única y estática de existencia. Se creó una imagen simplificada de poder popular en que el poder real no se identificaba con la actividad política de los ciudadanos, sino con los órganos ejecutivos que se declaraban al servicio de los intereses del pueblo.

El poder político durante decenios, no fomentaba la transparencia informativa ni la prensa libre, para una sociedad que, por su parte, se mostraba indiferente. La actividad social de masas estaba debilitada, como también la alineación del hombre trabajador respecto de la propiedad, la administración y la política.

Por otra parte, los Estados Unidos y la URSS mantenían una carrera armamentista, que los soviéticos sólo podían continuar a costa de dirigir hacia ella inversiones que forzosamente conducían a desatender la mejora del nivel de vida interno.

Mientras los EEUU veían a la URSS como una potencia con intenciones de dominar al mundo, en ella estaba latente un verdadero caos interno, donde predominaba una subsociedad militar sobre el resto del sistema social. ¡Había comenzado la Guerra Fría!

 

En la Guerra Fría, el aspecto de la producción de plutonio del RBMK impuso un sentido de urgencia en su diseño, construcción y operación; ningún tiempo debía ser desperdiciado en mejoras aun siendo esenciales para un funcionamiento seguro. Los científicos e ingenieros trabajaron bajo una y sólo una pauta: producir plutonio para armamento. Los problemas presupuestarios fueron manejados en la misma dirección. Simplemente usar los fondos disponibles para producir la máxima cantidad de plutonio-239 para armamento de la más alta calidad, tanto y tan rápidamente como fuera posible. Fue bajo estas circunstancias que el Ministro de Electrificación declaró en una reunión del Politburó el 2 de mayo de 1986, seis días después de la explosión: «A pesar del accidente, el equipo de construcción cumplirá con sus obligaciones socialistas y pronto empezará a construir el reactor número 5.»

La cultura del secreto era universal en la URSS. Impuso la departamentalización del conocimiento: ninguna persona podía ver la película completa e integrar todos los aspectos de la seguridad de la operación. En la energía nuclear civil la cultura soviética del secreto duró hasta 1989.

Algunos científicos soviéticos eran estrictamente honrados y abiertos. Otros que también eran competentes, y reconocidos como tales, estaban más motivados por sus intereses personales que por la objetividad científica y les faltó valor para ser científicamente rigurosos. Ellos aceptaron o animaron al poder político en la toma de decisiones cuestionables e incluso peligrosas. El forcejeo por influencias reemplazó al debate científico, técnico y tecnológico.

Los errores de diseño del reactor no surgieron de la incompetencia de los ingenieros. Eran más bien el resultado de la dictadura burocrática que se impuso en todas las decisiones del sistema soviético, incluso las que trataban de la seguridad.

Está claro hoy en día, para la comunidad científica internacional, que la explosión del reactor de Chernóbil se hizo posible por las muchas limitaciones del sistema soviético. Bien se puede decir que, la explosión de Chernóbil fue más un evento soviético que un evento nuclear.

Pasada la catástrofe todos los reactores soviéticos sufrieron modificaciones para aumentar la seguridad y todas las sociedades de Energía Nuclear del mundo reforzaron aún más su, desde siempre, preocupación por este aspecto.

Chernóbil es el único accidente con características catastróficas y luctuosas de toda la historia de la Energía Nuclear para uso civil y comercial.

La conclusión final fue que, el desastre fue causado por la mala administración del sistema, y 3 ingenieros experimentados recibieron sentencias de prisión de 10 años. El Director de la planta se suicidó en 1988, en el segundo aniversario de Chernóbil.

 

Ver Proyecto: Chernóbil 2016